139/2018

La vieja Salina |
No es que sea muy grande este Pueblo mío. No es que tengamos egregias mansiones -el único que
destacaba, el del Marqués de Bedmar, se cansó hace pocos años de que nadie le
diera calorcico desde adentro, y un buen día se acurrucó sobre sí mismo entre
sus propios ripios, dejando a la intemperie un desolado solar de aparcar coches-.
La Salina |
Tampoco es que tengamos monumentos increíbles de los de enseñar a los turistas
con la placa de un insigne arquitecto criando cardenillo. Pero es mi Pueblo; y en sus calles y
en su Serrezuela y en sus izo,
y en su Pelotar y en sus eras de piedra seca y en las ruinalbercas y en su Cueva de Murallón, y en su Canalas de su Castillo, y
en su tejar, y en El Barranquillo y en
la Salina... y… me impregné de lo que soy,
y dejé lo que de mí se puede dejar de impregnación para siempre en el Pueblo
propio: mi propia historia contada a trompicones -que es la única
manera sensata de contarse a una misma-, y cortada a trasquilones -que era como les
cortaban el pelo a las mujeres de color sospechoso en sus pensamientos allá por
los años 40 del siglo pasado.
Lo de SUS GENTES es otra
cosa. Somos -vamos quedando- pocos;
y, gracias a Dios, no siempre bien avenidos ‑que, como se dice por ahí, de la discusión sale la luz. Pero
bien puede decirse también de nosotros que somos tan fantásticamente dispares en
nuestra semejanza que ofrecemos uno de los mejores paradigmas de DIVERSIDAD, esa
irrenunciable condición que saca a la luz LA GRANDEZA DE LOS QUE SON
ESENCIALMENTE GRANDES, (los que saben refutar y confrontar
cualquier hecho inasumible sin afrentar
a las personas); pero
que, al propio tiempo, es esa misma diversidad la que saca a la luz LAS
MISERIAS DE LOS MÁS EMOCIONALMENTE TORPES, esos que, desde una rigidez
incomprensible, andan en desaprovechar la oportunidad de intercambio recíproco
que se les ofrece desde lo heterogéneo, dejándose arrastrar, aleccionar, envilecer
y homogeneizar por eternos rencores que
casi nunca son propios, aunque sí que son característicos de la más mezquina ignorancia:
la de los que infaman con nombre propio.
Hasta donde yo he podido comprobar
el RENCOR y la ENVIDIA
suelen ir de la mano en el chisme con nombre propio.
¡Lástima! En el pecado llevan la penitencia; porque, en lugar de aplastar a los destinatarios de pasiones tan rústicas, esos oscuros resentimientos acaban destruyendo a quienes les dan cobijo.
Algo así como las serpientes, que acaban
hincando el colmillo en el pecho de quienes las cobijan.
Por eso, lo más sano es apartarse de los sentenciosos
resentidos como del piojo verde.
Pero
quizá LO MÁS SIGNIFICANTE DE BEDMAR SON SUS MUJERES.
Caminan ellas -las más viejas- engañifando el paisaje, como si lo suyo
hubiera sido la eterna sumisión a pantalones y sotanas, cuando lo cierto es que
las rodilleras de los viejos pantalones y las inacabables botonaduras de las
sotanas sentenciosas las remendaron, las zurcieron y las ensartaron siempre
esas recias mujeres jamás sometidas que, con sus pespuntes preciosistas,
consiguieron “taparles las vergüenzas” ante los demás a vergajosos sinvergüenzas, a cómplices vergonzosos y a maltratadores vergonzantes (que no es la misma cosa).
Las
más jóvenes son algo más que
la
esperanza de este Pueblo.

¿Que a qué viene todo esto?
Lo cual que, como de cualquier cosa, por mala
que parezca, se puede sacar algo bueno, esas carencias me dejan a mí la ocasión
de seguir hablando de sus gentes con nombre propio y con cara reconocible. Como el nombre
de mujer que tengo reservado para mañana, último día de este año que se
llevó por delante a uno de mis mejores recuerdos de bonhomía de este Pueblo: Juanito el de Doña Fidela.
En “CasaMágica”. En
un 30 de Diciembre de 2018
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