81/2015
Desde
los ventanales del comedor del Hostal PARAÍSO DE MÁGINA, en ese Bedmar en el
que siguen anidando las golondrinas de mi infancia recién nacida y los grajos continúan
oteando el desmorone de su Castillo, una siente que el mundo se abre hasta más
allá de su propia existencia. Y ya no existe nada que no sea ese preciso
instante en el que los ojos se confunden con la intensidad de lo imperecedero.
Ayer,
sin ir más lejos, pasé por este LUGAR, que anoto una vez más en mi libreta de
emociones, y el tiempo se detuvo como siempre suspendido en intensidades del pasado convertido en un todo presente.
·
El LUGAR: rotundo sin concesiones. Áspero y tierno; entre
pardo y pajizo tirando a verde-olivo.
·
LOS CONDUMIOS: dignos de gastronomía arcana en alquimias
de fogones caseros. ¡Dónde encontrar a estas alturas de los tiempos un
aperitivo tan clarividente como sardinas arenques, troceadas sobre aceite de
oliva recién parido!
·
LOS PERSONAJES: entrañables: Anita, reina de sus fogones
de los que salen platos dignos de las mesas más honradas; Manuel, su marido, de
gesto adusto y corazón cabal; Juan, que lleva el campo retratado en la retina. Y
la siempre añorada Estefanía, la hija que creció ya entre libros –los tiempos cambian-
cuyas páginas la alejaron de lo rural y la acercaron a la eterna añoranza…
·
Y YO: sabiendo que en pocos minutos tendré que regresar
de nuevo al eterno y borroso camino de seguir viviendo, detenida en el
instante, saboreando la intensa exactitud de lo efímero, mientras recuerdo a mi
admirado Fernando Pessoa cuando dijo aquello que quizá le nació mientras miraba
el tiempo interrumpido desde un ventanal semejante:
“El
valor de las cosas no está en el tiempo que duran sino en la intensidad con que
suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas
incomparables.” Fernando Pessoa
En “CasaChina”. En un 10 de Diciembre de 2015