sábado, 15 de agosto de 2015

TAL DÍA COMO HOY

 47/2015
        Fumar, lo que se dice fumar, no estaba bien visto en aquellos tiempos, ni permitido a los chiquillos o a las mujeres, salvo una vez al año: la noche de las lumbres de San Antón; aunque los indultados por una noche no fumábamos precisamente tabaco, sino cigarros de matalahúva que, junto con el humo de las hogueras, dejaban en el aire del Pueblo un aroma a desinfección de fuego de troncos y yerbas aromáticas que perduraba durante semanas.
        Lo de beber era otra cosa. Recuerdo que, durante nuestra estancia en Jódar, aparte del agua con “litines”, preparada con las pastillas compradas al por mayor en la Farmacia de Miguelito, de enfrente de Los Gasquez, solíamos alargarnos a la cercana cantina del inefable Blas Cejudo, en Mendez Núñez, 5, a comprar vino a granel, sacado de aquellos toneles rollizos, tumbados sobre sus barrigas, calzados con tarugos para evitar que rodaran sobre sí mismos, y de cuya tapa frontal, en la parte baja, sobresalía un rústico aunque eficaz grifo de madera, capaz de administrar el llenado de botellas y contener el oleaje alcohólico de sus entrañas con más eficacia que una puerta blindada. Pocas eran las veces en las que se nos dejaba catar el vino, salvo por las Pascuas, (las de los aguilandos; no las Floridas) cuando, sobre una mesita con tapete de ganchillo y tapa de cristal, se ponía un azafate de polvorones, junto a una botella de Coñac Fundador, (entonces se podía decir “coñac”) y otra de Anís del Mono, para que se convidaran los que llegaran a dar las Pascuas, cosa que la chiquillería aprovechábamos para relamer los restos de los vasillos antes de que los echaran a lavar, e incluso para ser premiados con “una copita de ojén”.
        Luego nos fuimos a Bedmar, donde a la costumbre de las Pascuas, se añadió una experiencia nueva para nosotras: La fiesta de La Virgen. O la Fiesta del Río; -como se prefiera.
        En efecto, tal día como hoy, lo suyo era recorrer las huertas, todas las que nos dieran abasto las horas y el sofocón, sin que, a pesar de nuestros pocos años, nadie nos escatimara un vaso de PONCHE DE MELOCOTÓN a pesar de estar bien bosados de vino y de alguna que otra bebida menos lánguida.
        Tengo para mí que lo de emborracharse con vino, cualquier día del año, era algo  tenido por afrentoso; pero lo de achisparse con Ponche de Melocotón, tal día como hoy, era un rito casi sagrado del que  nadie debía renegar bajo pena de excomunión del frescor de los vergeles de entonces, hoy convertidos en secarrales, en chalets de temporada o, simplemente, en rastrojos desamparados.
     
http://www.weeky.es/los-lebrillos-de-ponche-del-tio-peroles/#prettyPhoto/2/
  Tal día como hoy, un año antes de que nuestro padre muriese, nosotras, las tres, a lomos de nuestra borriquilla –La Mora-, recorrimos las huertas del Río, “tirándonos a panza” sobre las matas de pepinos (¿vendrá de ahí lo de “panciverdes”?) y bebiendo ponche hasta hartarnos. La última fue la huerta de Julia la del “Corta’or”, donde el lebrillo del ponche había dado de mano. Lo que sucede es que, cuando abandonamos aquella huerta, con nuestra mi’ajica de chispa en condiciones, ya apuntaban las claras del día 16 por detrás de la Serrezuela; y cuando llegamos a nuestra casa, ya había amanecido tal día como mañana. Habíamos pasado en el Río más de 24 horas.
        Fuera porque mi chispa era más grande, fuera porque mi talento siempre fue más chico, lo cierto y verdad es que, mientras yo me quedaba alelada en el porche como un lagarto delante de su encantador, mis hermanas desaparecieron nada más aparecer la inmensidad de nuestro padre detrás de la puerta. Y hasta la borriquilla, después de rebuznar tímidamente como si estuviera diciendo “yo no he sido”, y atravesando la era, emprendió un trote cansino que la llevó directamente a la cuadra sin ni siquiera sacudirse el aparejo a pesar de la holgura de la cincha.
        No es que a estas alturas de la vida pueda recordar con precisión; pero tengo para mí que estuve atada a la oliva de delante de la casa más horas de las que habíamos pasado en las huertas.
Menos mal que la memoria se diluye como en azúcar cuando se alivia con un buen Ponche de Melocotón, siquiera sea en el recuerdo.
En “CasaCala”. En un 15 de Agosto de 2015