139/2018
Es uno más de los quince
pueblos que integran la Comarca de Sierra Mágina; pero, por su situación en la angostura del valle del
Guadalquivir, es como un abanico con las varillas vencidas hacia tierras de
paso; como el broche que abre la entrada a la comarca. O que la cierra -según
se mire-. Y, si no, que se lo digan a moros y cristianos cuando, allá por el
Siglo XIV anduvieron ambos contendientes en singulares banderías, a mandoblazo
limpio, a ver quién se quedaba con su castillo, o con los castillos, fortalezas
y torreones del entorno que, entre nosotros, eran como naipes que se intercambiaban entre sí los múltiples reyes de
la gran baraja que era este país nuestro antes de ser un país, hasta hace
apenas cinco siglos. (“Afuera de mi
castillo, que dijo el Rey que era mío” -que solía decir mi hombre cuando me
sentaba en el que él había ocupado y designado como su sillón-).
La vieja Salina |
No es que sea muy grande este Pueblo mío. No es que tengamos egregias mansiones -el único que
destacaba, el del Marqués de Bedmar, se cansó hace pocos años de que nadie le
diera calorcico desde adentro, y un buen día se acurrucó sobre sí mismo entre
sus propios ripios, dejando a la intemperie un desolado solar de aparcar coches-.
La Salina |
Tampoco es que tengamos monumentos increíbles de los de enseñar a los turistas
con la placa de un insigne arquitecto criando cardenillo. Pero es mi Pueblo; y en sus calles y
en su Serrezuela y en sus izo,
y en su Pelotar y en sus eras de piedra seca y en las ruinalbercas y en su Cueva de Murallón, y en su Canalas de su Castillo, y
en su tejar, y en El Barranquillo y en
la Salina... y… me impregné de lo que soy,
y dejé lo que de mí se puede dejar de impregnación para siempre en el Pueblo
propio: mi propia historia contada a trompicones -que es la única
manera sensata de contarse a una misma-, y cortada a trasquilones -que era como les
cortaban el pelo a las mujeres de color sospechoso en sus pensamientos allá por
los años 40 del siglo pasado.
Lo de SUS GENTES es otra
cosa. Somos -vamos quedando- pocos;
y, gracias a Dios, no siempre bien avenidos ‑que, como se dice por ahí, de la discusión sale la luz. Pero
bien puede decirse también de nosotros que somos tan fantásticamente dispares en
nuestra semejanza que ofrecemos uno de los mejores paradigmas de DIVERSIDAD, esa
irrenunciable condición que saca a la luz LA GRANDEZA DE LOS QUE SON
ESENCIALMENTE GRANDES, (los que saben refutar y confrontar
cualquier hecho inasumible sin afrentar
a las personas); pero
que, al propio tiempo, es esa misma diversidad la que saca a la luz LAS
MISERIAS DE LOS MÁS EMOCIONALMENTE TORPES, esos que, desde una rigidez
incomprensible, andan en desaprovechar la oportunidad de intercambio recíproco
que se les ofrece desde lo heterogéneo, dejándose arrastrar, aleccionar, envilecer
y homogeneizar por eternos rencores que
casi nunca son propios, aunque sí que son característicos de la más mezquina ignorancia:
la de los que infaman con nombre propio.
Hasta donde yo he podido comprobar
el RENCOR y la ENVIDIA
suelen ir de la mano en el chisme con nombre propio.
¡Lástima! En el pecado llevan la penitencia; porque, en lugar de aplastar a los destinatarios de pasiones tan rústicas, esos oscuros resentimientos acaban destruyendo a quienes les dan cobijo.
Algo así como las serpientes, que acaban
hincando el colmillo en el pecho de quienes las cobijan.
Por eso, lo más sano es apartarse de los sentenciosos
resentidos como del piojo verde.
Pero
quizá LO MÁS SIGNIFICANTE DE BEDMAR SON SUS MUJERES.
Caminan ellas -las más viejas- engañifando el paisaje, como si lo suyo
hubiera sido la eterna sumisión a pantalones y sotanas, cuando lo cierto es que
las rodilleras de los viejos pantalones y las inacabables botonaduras de las
sotanas sentenciosas las remendaron, las zurcieron y las ensartaron siempre
esas recias mujeres jamás sometidas que, con sus pespuntes preciosistas,
consiguieron “taparles las vergüenzas” ante los demás a vergajosos sinvergüenzas, a cómplices vergonzosos y a maltratadores vergonzantes (que no es la misma cosa).
Las
más jóvenes son algo más que
la
esperanza de este Pueblo.
Yo
invito a mis vecinos a echar cuentas, y comprobarán cómo ganan por goleada las
mujeres que ocupan hoy actividades imprescindibles, puestos directivos y
titulaciones académicas de singular relevancia; y, sin embargo, llegadas las
vacaciones, las seguimos viendo trabajar hombro con hombro en los pequeños
negocios familiares de los que salieron los dineros para pagar las matrículas
de una enseñanza inexplicablemente costosa en este país nuestro. (Aunque haya titulitos
-y titulitos- comprables por trece monedas).
¿Que a qué viene todo esto?
Muy sencillo: a que me resulta
extraño comprobar que en los videos que se hacen sobre mi Pueblo se ven lugares
bellísimos a los que siempre se desea volver, pero nunca veo yo a su valiosísimo
personal del día a día.
Lo cual que, como de cualquier cosa, por mala
que parezca, se puede sacar algo bueno, esas carencias me dejan a mí la ocasión
de seguir hablando de sus gentes con nombre propio y con cara reconocible. Como el nombre
de mujer que tengo reservado para mañana, último día de este año que se
llevó por delante a uno de mis mejores recuerdos de bonhomía de este Pueblo: Juanito el de Doña Fidela.
En “CasaMágica”. En
un 30 de Diciembre de 2018