domingo, 30 de diciembre de 2018

BEDMAR



139/2018
Es uno más de los quince pueblos que integran la Comarca de Sierra Mágina; pero, por su situación en la angostura del valle del Guadalquivir, es como un abanico con las varillas vencidas hacia tierras de paso; como el broche que abre la entrada a la comarca. O que la cierra -según se mire-. Y, si no, que se lo digan a moros y cristianos cuando, allá por el Siglo XIV anduvieron ambos contendientes en singulares banderías, a mandoblazo limpio, a ver quién se quedaba con su castillo, o con los castillos, fortalezas y torreones del entorno que, entre nosotros, eran como naipes que se intercambiaban entre sí los múltiples reyes de la gran baraja que era este país nuestro antes de ser un país, hasta hace apenas cinco siglos. (“Afuera de mi castillo, que dijo el Rey que era mío” -que solía decir mi hombre cuando me sentaba en el que él había ocupado y designado como su sillón-).
La vieja Salina
No es que sea muy grande este Pueblo mío. No es que tengamos egregias mansiones -el único que destacaba, el del Marqués de Bedmar, se cansó hace pocos años de que nadie le diera calorcico desde adentro, y un buen día se acurrucó sobre sí mismo entre sus propios ripios, dejando a la intemperie un desolado solar de aparcar coches-. 

La Salina
Tampoco es que tengamos monumentos increíbles de los de enseñar a los turistas con la placa de un insigne arquitecto criando cardenillo. Pero es mi Pueblo; y en sus calles y en su Serrezuela y en sus izo, y en su Pelotar y en sus eras de piedra seca y en las ruinalbercas y en su Cueva de Murallón, y en su Canalas de su Castillo, y en su tejar, y en El Barranquillo y en la Salina... y… me impregné de lo que soy, y dejé lo que de mí se puede dejar de impregnación para siempre en el Pueblo propio: mi propia historia contada a trompicones -que es la única manera sensata de contarse a una misma-, y cortada a trasquilones -que era como les cortaban el pelo a las mujeres de color sospechoso en sus pensamientos allá por los años 40 del siglo pasado.

Lo de SUS GENTES es otra cosa. Somos -vamos quedando- pocos; y, gracias a Dios, no siempre bien avenidos ‑que, como se dice por ahí, de la discusión sale la luz. Pero bien puede decirse también de nosotros que somos tan fantásticamente dispares en nuestra semejanza que ofrecemos uno de los mejores paradigmas de DIVERSIDAD, esa irrenunciable condición que saca a la luz LA GRANDEZA DE LOS QUE SON ESENCIALMENTE GRANDES, (los que saben refutar y  confrontar cualquier hecho inasumible sin afrentar a las personas); pero que, al propio tiempo, es esa misma diversidad la que saca a la luz LAS MISERIAS DE LOS MÁS EMOCIONALMENTE TORPES, esos que, desde una rigidez incomprensible, andan en desaprovechar la oportunidad de intercambio recíproco que se les ofrece desde lo heterogéneo, dejándose arrastrar, aleccionar, envilecer y homogeneizar por eternos rencores que casi nunca son propios, aunque sí que son característicos de la más mezquina ignorancia: la de los que infaman con nombre propio.

Hasta donde yo he podido comprobar
el RENCOR y la ENVIDIA suelen ir de la mano en el chisme con nombre propio.

¡Lástima! En el pecado llevan la penitencia; porque, en lugar de aplastar a los destinatarios de pasiones tan rústicas, esos oscuros resentimientos acaban destruyendo a quienes les dan cobijo.
Algo así como las serpientes, que acaban hincando el colmillo en el pecho de quienes las cobijan.

Por eso, lo más sano es apartarse de los sentenciosos resentidos como del piojo verde.

Pero quizá LO MÁS SIGNIFICANTE DE BEDMAR SON SUS MUJERES.

Caminan ellas -las más viejas- engañifando el paisaje, como si lo suyo hubiera sido la eterna sumisión a pantalones y sotanas, cuando lo cierto es que las rodilleras de los viejos pantalones y las inacabables botonaduras de las sotanas sentenciosas las remendaron, las zurcieron y las ensartaron siempre esas recias mujeres jamás sometidas que, con sus pespuntes preciosistas, consiguieron “taparles las vergüenzas” ante los demás a vergajosos  sinvergüenzas, a cómplices vergonzosos y a maltratadores vergonzantes (que no es la misma cosa). 


Las más jóvenes son algo más que
la esperanza de este Pueblo.

 Yo invito a mis vecinos a echar cuentas, y comprobarán cómo ganan por goleada las mujeres que ocupan hoy actividades imprescindibles, puestos directivos y titulaciones académicas de singular relevancia; y, sin embargo, llegadas las vacaciones, las seguimos viendo trabajar hombro con hombro en los pequeños negocios familiares de los que salieron los dineros para pagar las matrículas de una enseñanza inexplicablemente costosa en este país nuestro. (Aunque haya titulitos -y titulitos- comprables por trece monedas).

¿Que a qué viene todo esto?

Muy sencillo: a que me resulta extraño comprobar que en los videos que se hacen sobre mi Pueblo se ven lugares bellísimos a los que siempre se desea volver, pero nunca veo yo a su valiosísimo personal del día a día.

Lo cual que, como de cualquier cosa, por mala que parezca, se puede sacar algo bueno, esas carencias me dejan a mí la ocasión de seguir hablando de sus gentes con nombre propio y con cara reconocible. Como el nombre de mujer que tengo reservado para mañana, último día de este año que se llevó por delante a uno de mis mejores recuerdos de bonhomía de este Pueblo: Juanito el de Doña Fidela.
En “CasaMágica”. En un 30 de Diciembre de 2018