domingo, 4 de agosto de 2019

LA LONJA DE LA IGLESIA DE ARRIBA




¡Ay, Señor! Lo que hace padecer esto de andar minguilleando como una andurriera...

       Miro la fotografía de la lonja de la Iglesia de mi Pueblo que acaba de subir Juan José Pozo; le echo un vistazo a la que guardo del mismo lugar cuando lo de ser chica, y se me va otro repullo de los que me dan ahora cada vez que comparo paisajes.
       Mi Pueblo es como mi antiguo cuarto de los juguetes después de una limpieza general: todo parece que está en su sitio; pero yo no acabo de encontrar los juguetes con los que estaba cuando, de pronto, me hice grande sin darme cuenta ni venir a cuento. Menos mal que alguien se apercibe de vez en cuando, y vuelve a probar a disponer el paisaje según estaba antes, aunque con imitaciones de aquellos viejos juguetes que a duras penas alcanzan a sustituir las imágenes de la memoria.       Lo que quiero decir es que, a esta edad en la que ahora estoy, el Pueblo no es lo que es, sino lo que era, aunque no lo sea.   
       Vamos a ver si me explico.
       Antes, en el Pueblo que yo recuerdo, estaba y dejaron de estar el Pilar de la Rambla, y el de las Protegidas, y el de la Plaza de Arriba; pero no estaba esemastodonte con faldones de cristianar que hay ahora en la Plaza de Abajo, ni ese otro sin obas ni caños viejos que han puesto ahí, donde arranca el Camino Viejo con sus olmos rescatados al malquerer de algunos, ni…
       Claro está: eso despista mucho a los que tuvimos un Pueblo que ahora empieza a ser de otros.
      
      Pero le regocija a una ver cómo se afanan los munícipes por restaurar lo “irrestaurable”; esas cosas que desde una juventud sin demasiado talento se desechan por viejas, sin advertir que lo que son de verdad es materia de las antiguas, y que, por mucho que se empeñen, son insustituibles una vez que ha entrado a saco la piqueta modernista. 
         Viene esto a cuento de haber comprobado que se ha repuesto el Pilar de la Rambla; pero no es el mismo. Que se va a reponer el Pilar de las Protegidas; pero ya no será el mismo. Y que nadie podrá devolverle a la lonja de la Parroquia aquel primoroso empedrado de piedra rodada y encastrada a mano, a golpe de mazo y sudores de peón, que han sustituido por un piso de factura de fábrica sin socavones y lleno de ajenidades. 
      Aún recuerdo aquellas piedras tan bien asentadas, con ciencia, paciencia y conciencia de picapedrero, entre las cuales se aposentaba un musgo ralo y medroso en la salida de misa mayor del invierno, y crecían verdolagas y amapolas minúsculas algunas primaveras, cuando lo de “venid-y-vaaamos-todoooos”. Eran semejantes a las que había en los escalones de las Protegidas, a las de las calles con rellano de churreteos, a los escurridizos y las de la lonja de la ermita de Cuadros, de las que poco queda ya que no sea “obra nueva” y pintureo sin entidad propia.
“Ahora pueden pasar las sillas de ruedas y las mujeres viejas sin tropezarse en los bujeros” –me objeto un paisano.
“¿Y no podían haber hecho caminillos lisos entre los empedrados para dejar a la vista esos trabajos primorosos que se hacían cuando no había tantas prisas ni tanto dengue?” ‑pensé para mí sin decir esta boca es mía, no fuera a ser que me levantaran el empedrado de percal amarilloso  de los dientes y me lo sustituyeran por implantes de blancura de sintéticos “nailones”.
       Luego, recapacitando en mi casa, un miedo infinito se me instaló en el cuerpo, pensando que a alguien le dé la ventolera de cementar y emparejar los desconchones de las eras de piedra seca del Pelotar, esos monumentos artesanales nacidos de la necesidad y el ingenio de otros tiempos, para que los chiquillos de ahora puedan jugar a la pelota sin desollarse las rodillas, sin darse cuenta de que los chiquillos de ahora juegan a la pelota en el teléfono móvil y no en esas eras, porque nadie les ha contado que son algo así como patrimonio de la humanidad que requirieron de muchos sudores para su cimentación. Tantos sudores como los que luego recogieron durante los días de trilla y las noches de gloriosos amoríos al raso.
Ya no existe esta belleza...
Lo que digo: mi Pueblo es como un cuarto de juegos donde, los que no saben de lo que hablo, van quitando los viejos y artesanales juguetes de lata y los sustituyen por otros de lucecitas siempre necesitados de pilas nuevas.
Y mientras tanto, las chiquillas de entonces,  secuestradas dentro de un cuerpo que se cae de viejo, buscamos en las antiguas fotografías lo que los nuevos nos van robando con nocturnidad y alevosía, en lugar de emplear sus noches en lo de toda la vida de Dios. 
                                                            
     En CasaMagica. En un 4 de Agosto de 2019.