Anoche, mientras ese amigo de cuyo nombre tanto me acuerdo cuando
veo a sus chiquillos estaba contándome las minuciosas e inútiles maniobras de
su vasectomía, recordé mis primeros pinitos gonadales olvidados entre plumas.
No tendría más de siete
años cuando por primera vez tuve entre mis dedos unos testículos, mientras
seguía las precisas instrucciones de mi abuela acerca de cómo manejarlos.
—Espero que tengas las manos limpias como una señorita— escuchaba
junto al ronroneo de aquella frase pegajosa que ella le atribuía a Hipócrates: "… lo primero es preparar adecuadamente el campo, colocarse
en un lugar bien iluminado, tener las uñas cortas y ser hábil en el manejo de
los dedos, sobre todo el índice y el pulgar”.
–Solo que yo prefiero valerme del índice
y el corazón que retuercen mejor —concluía.
O, después del tiempo de gallina
solitaria que le tocó vivir, no le quedó más remedio que serlo: distinguida dama
en los salones desmantelados por una guerra sin cuartel, y lugareña abundante en
los corrales indigentes.
Fue en el Barranquillo, ese cortijo donde pasé algunos años de mi infancia hasta que,
consumado el rito de la primera comunión de nieta primogénita, fui rescatada de
una inicial infancia solitaria y llena de luz.
En lo de los testículos me inició mi abuela, quien, tras las primeras maniobras, tomo entre sus manos expertas
mis dedos índice y corazón y los introdujo junto a uno suyo por el orificio que
ella había practicado previamente con habilidad de cirujano, no sin antes
empapuzar a la víctima con un jeringazo de un líquido que ella misma preparaba
con ojén, cañamones, oscuras semillas de amapola, y clavo machacado, que
guardaba en su taquilla, dentro de un frasquito rotulado con su singular
caligrafía como “láudano casero”.
Sentí que su dedo guiaba a los míos, y los separaba un poco dentro
de aquellas entrañas mórbidas y anegadas, hasta llegar a unas protuberancias
que cabían y se acomodaron entre ellos.
“Con mucho cuidado” –me indicó, mientras separaba ella algo más mis
dedos, y luego los apretaba con energía, hasta que los bultos recién descubiertos
quedaron atenazados como en una pinza táctil.
“Oprime despacico y tira con mucho cuidado…, muy poco a poco…” –susurraba
apenas, obligándome a sacar por el boquete la presa de mis dedos—. Ahora, hay que
atar con el hilo de seda cada una de las criadillas, dejar pasar unos segundos y
cortarlas, pero sin dañar la vena que hay en medio, o nos quedamos sin cena de
Navidad. De la cresta y la babilla ya nos ocuparemos después.
El pobre animal seguía exangüe encima del mármol del velador de la
gloria, que era el lugar preferido de mi abuela para capar gallos en previsión
de la llegada de las siguientes Pascuas.
La operación había sido un éxito. Ahora estaba yo en lo de aprender
el cierre de la herida a pequeñas puntadas de hilo bramante y la desinfección final
con yodo rebajado.
Mi abuela guardo en una talega las plumas que habíamos arrancado
del vientre del animal. En aquellos tiempos se guardaba todo porque las casas
tenían espacio para cualquier cosa. Hasta para visitas de seres humanos.
“Son suaves y nos servirán para rellenas cojines”.
Finalmente, el gallo comenzó a agitarse sin atreverse a cacarear.
*
Anoche, mientras ese amigo de cuyo nombre tanto me acuerdo cuando
veo a sus chiquillos estaba contándome las maniobras de su vasectomía, recordé la
manera de bizquear de aquel gallo con el que me inicié en gónadas y, por un
momento, me pareció ver que mi amigo lucía una cresta impropia de la operación
que narraba con tal minucia que a punto estuvo de dar con mis pobres huesos por
el suelo sin necesidad de láudano.
—No me vendría mal otro cubata— cacareé sin demasiado ímpetu.
“A ver si los médicos de ahora, tan eruditos ellos, carecen de las
habilidades que tenían las antiguas mujeres de estas tierras, tan gloriosamente
rústicas ellas, para apañar capones y cojines de plumas…” –pensé por pensar
cualquier cosa, mientras la pelusa de mis brazos se me enderezaba rememorando el
rústico desplume de las plumas del primer gallo de mi vida.
En CasaChina. En un 3 de Agosto de 2019