martes, 25 de diciembre de 2018

ESTEFANÍA CANALEJO



137/2018
CON LUZ PROPIA

Muchas veces me he preguntado dónde está ese punto exacto, esa invisible condición indefinida que convierte a algunas personas en una especie de astros con luz propia; o, lo que es lo mismo: en estrellas capaces de constelar en su entorno la calidez del mundo más desamparado.
Durante años he picoteado aquí y allá, en los archivos que voy guardando pacientemente en mi memoria, tratando de descubrir el misterio que hace que existan esas personas, de las que inconscientemente suelo convertirme en satélite, buscando recibir su luz, siquiera sea por unos momentos que se convierten en gloriosos.
        Creo poder decir que anoche tuve la fortuna de vislumbrar el origen de ese halo en una muchachita de mi Pueblo que, con pocos años aún en el recuento, es ya sin duda una gran mujer. Una espléndida mujer de la que se puede aprender más de lo que uno cree, sin que ellas mismas sean capaces de percibir todo lo que nos siguen enseñando a quienes seguimos dispuestos a seguir aprendiendo.
¿Qué tiene Estefanía Canalejo para brillar con luz propia?
Yo diría que se tiene a ella misma, porque en sus genes lleva la esencia de mujeres irrepetibles en este Pueblo. 
Ani Canalejo y su arte
Y, porque SE TIENE en su mismidad, y SE CONTIENE con candor comedido -como un recipiente perfecto-, puede repartirse en mil porciones tan singulares como el conjunto con las que alimentar nuestras ganas de no estar solos.

La magnifica cocina de "El Paraiso de Mágina"
Pero bueno será explicarme; y para ello comenzaré por decir que anoche -Noche Buena por más señas- las tres hermanas que quedamos tras el desastre en cadena de hace pocos años, fuimos convocadas a la  mesa de la familia Canalejo, quienes convirtieron el amplio comedor hotelero con vistas al cerro Aznaitín en una especie de viejo recuerdo de familia donde nos sentamos a cenar tres generaciones (“Del rosa al amarillo”), cada quien con sus recuerdos a cuestas o con su iniciación de recuerdos aún por confeccionar, y regresando al canto de añejos y casi olvidados villancicos, acompañados por el sonido de la dispareja botella de anís rasgueada por el envés de los cuchillos y por una inmensa zambomba.

Zambomba artesanal
(Algún día habrá que hablar de la inexcusable magia de las zambombas).


        Pero volvamos a la cena de anoche.



El Paraiso de Mágina
La mesa, larga como un tren de mercancías exquisitas detenido en la vía muerta de otra Noche Buena con ausentes, daba pie a poder buscar los extremos sin tener que embarullarse con todos los pasajeros al mismo tiempo, sino solo con aquellos más próximos. Lo que hice a continuación lo hice a posta -o como se dice por aquí, aunque el diccionario de la RAE no lo contemple: “a caso hecho”-: busqué yo el farolillo de cola; o lo que es lo mismo: el extremo de la mesa menos iluminado, reservando la silla de la cabecera, a mi derecha, para Estefanía. Me había propuesto yo lo de descubrir la fuente de su brillo, cuyo origen venía picando mi curiosidad desde aquella tarde de hace unos siete años en que, con su larga trenza de juventud recién estrenada terciada sobre un hombro, y su flamante titulación de psicóloga aún por estrenar, “reinaba tras la barra del bar” del negocio familiar que aún sigue abierto desde los tiempos de la gran madre fundadora: la inolvidable Ana, creadora de la estirpe.
        Si buena fue la Noche Buena de anoche, por el calor humano y por la cercanía impagable de toda esa familia casi propia (o quizá apropiada) que son los Canalejo, (de cuyos orígenes tendré que hablar más largo en algún momento, cuando encuentre las palabras exactas para referir la vida de Ana, la gran madre precursora), lo realmente maravilloso fue descubrir por fin el gran secreto de Estefanía, que no es otro que el de un “si-es, no-es”, un Yin y un Yan perfectamente imbricados, equilibrados y armónicos: ella sabe ESCUCHAR. Y escucha abierta de acogedora sonrisa, como si en lo que le dicen le fuera la vida a quien le habla.
Además, ella sabe HABLAR cuando le llega su turno, con tanta gracia, y con tal humildad, preñada de sutil sabiduría que quien la escucha no puede por menos que preguntarse: ¡Ay, señor, ¿por qué no la escucharía yo antes!
Desde las afueras de Bedmar
Si, metidos a eventuales astrónomos numerarios, dividiéramos a las personas en “gente-estrella” (de las de luz propia), y “gente-planeta” (de las de luz por encargo), Estefanía Canalejo sería una estrella eternamente titilante.

Ella, además de SABER ESCUCHAR como ya he dicho, NUNCA AFIRMA con esa rotundidad petulante con la que muchas de las “personas-planeta” reducen/mos a sus/ nuestros interlocutores al silencio de un “qué sabrás tú que yo no sepa” que suena a desprecio en adobo y carencias de no se sabe bien qué. 
Eso sí: ella tiene dos o tres cosas muy claras, que formula casi pidiendo disculpas, con perspectivas personalísimas, que en modo alguno intenta siquiera imponer como verdades de fe. El resto de sus creencias las apunta como posibles con derecho a equivocarse ella y que sea su interlocutor quien tenga la razón.
Además, Estefanía NO TIENE SENTIDO DEL RIDÍCULO, y, sin hacerse rogar, en cuanto se lo insinúan, se convierte en una deliciosa imitadora “expresionaria”, que igual nos transporta al acento cubano de los grandes campos de algodón de Dios sabe cuándo con un “aquí tié, usté, amita, su poztlecito rico”, mientras nos acerca el plato de los polvorones, que nos encoge el alma y las pajarillas desde la severidad telefónica de un supuesto funcionario de hacienda (que son los que más miedo meten se diga lo que se diga) advirtiendo, vía bromazo de llamada extemporánea al anochecer, de la inminente visita de un inspector dispuesto a todo. Y, cuando digo “a todo”, digo “a todo”, hasta a provocarle un torozón al “inocente-inocente”.
Una cálida escucha activa, junto a la valoración de un genuino respeto a las posiciones de cualquiera de sus interlocutores y su finísimo sentido del humor, con el que reírse de sí misma si llega el caso, son -creo yo- lo que hacer de esta criatura una espléndida mujer, de esas que da Sierra Mágina a manos llenas.

Castillo de Bedmar
Gracias, Estefanía Canalejo por convertirte anoche en mi deslumbrante estrella navideña de una Noche Buena con demasiadas ausencias ya como para que no se noten.  



(Es curioso: mientras hablaba contigo, Estefanía, mis ausencias fueron presencias sin dolor).

En “CasaMágica”. En un 25 de Diciembre de 2018