martes, 1 de agosto de 2017

CHASPAR PESTUGAS



43/2017
 
CHASPAR PESTUGAS
        Claro; lo suyo hubiera sido que, con los ajetreos de las mudanzas, se me extraviaran por el camino las maneras maginerosas. Pero no fue así, de lo cual me congratulo ahora que estoy por rematar esto del vivir.
Una servidora se fue a enseñarse fuera de Sierra Mágina como estaba mandado por entonces para una chiquilla hija de un maestro candidato a inminente abogado, de una madre que nació cuando no se llevaba que las niñas de familias “bien” se metieran a saber más que los posibles aspirantes a su mano, aunque ella se muriera por saber lo que decían los libros, y nieta de quien era nieta. Por esos mundos de Dios, a punto estuve de desaprender lo de por estas tierras, a fuerza de aprender lo que se aprendía en cualquier sitio que no fuera éste: enseñanzas que nos emparejaba las mentes, aseándolas de vulanicos locales y pedestres.
        Aunque no me gusta a mí meter a Dios en estas cosas -que digo yo que no está bien echarle la culpa de lo que una es- me sale de los adentros decir que, a Dios gracias, nació una algo cerril (que por otros lugares más relamidos lo llaman obstinación, y por otros de “a la pata la llana” le dicen ser más terca que una mula) y se empeñó en guardar en la memoria esas palabras y esas expresiones que son como monumentos megalíticos, es decir, que son “mega”, o séase, grande en Román paladino, y “litos”, como de piedra, que a lo basto parece un no-sé-qué sin conveniencias, pero que, en manos de un buen escultor, enseña formas y figuras fascinantes, al estilo del museo al aire libre de La Piazza de la Signoria de Florencia.
     
   De entre esos decires de Sierra Mágina, tan propios de lo mucho que por aquí hay -y estoy hablando del olivar que es lo más nuestro quitado todo lo demás- se me representa hoy hablar de lo de CHASPAR PESTUGAS. 
 Ambas palabras -verbo “chaspar” y sustantivo “pestuga”- están en el Diccionario de la Real Academia Española un poco así, como de pasada y como haciéndole ascos, no sea que salgan percudidos quienes echan manos de semejantes decires.
 


Es como si ese vetusto y resabiado diccionario tuviera por costumbre –como los países más “civilizados” de hoy en día- establecer un cupo para palabras emigrantes, a las que no queda más remedio que acoger por aquello de lo políticamente correcto, pero retirando esas palabras tan vestidas de trapillo al gueto de la acepción única; lo cual que a mí me deja el cuerpo cortado viendo que, sin ir más lejos, a la palabra “friqui” le regalan tres alojamientos:

1. adj. coloq. Extravagante, raro o excéntrico.
2. m. y f. coloq. Persona pintoresca y extravagante.
3. m. y f. coloq. Persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición.
       
        ¡Si serán “friquis” nuestros académicos de la lengua! Mira que darle a la definición de pestuga una sola palabra para definirla cuando una pestuga da más servicio que un rollo de papel higiénico…

Pestuga: ¡Fusta! -dice el diccionario de marras.
Y, si no fuera porque una servidora es de natural pastueño y paz-ificoso, le entran a una las ganas de hacerse un buen vergajo, utilizando el material de los señores académicos, y liarse a repartirles verdugones a quienes así desprecian y ningunean nuestros decires.
Pero como lo de ir chaspado material para vergajos debe ser muy cansado, -y un menester algo conmovedor por lo de las escaseces-, me quedo con lo de buscar en los libros lo que ese libro (el Diccionario de marras) anda en escasearme sobre lo nuestro, que, como ya he dicho, quitado todo lo demás, es lo de las olivas (árbol) y sus sabrosos frutos: las aceitunas.

¡Y sus pestugas! Que bueno será chasparlas para que no se chupen lo que en las aceitunas debe ir: nuestra sangre verde.  

Y miren lo que se dice en este viejo libro del que ya no se sabe mucho:

En “CasaMagica”. En un 31 de Julio de 2017