lunes, 25 de febrero de 2019

POESÍA ERÓTICA


9/2019

En la cama el beso. De Henri de Toulouse-Lautrec
      Vaya por delante que cuanto sigue no deja de ser una posición personalísima en referencia al tema de la poesía erótica.
*
Si hablamos de poesía en general, existen para mí dos o tres reglas inviolables:
1.       Contención: se refiere a la palabra, y viene a ser algo así como el bocado, que hace que el caballo se refrene y reduzca la potencia natural de sus músculos, ansiosos del galope, hacia la gracia de los prolegómenos a trote corto con el que caldear el cuerpo y disponerse a la carrera.
2.       La sugestión: es como la contención, pero ahora referida a la expresión, o, lo que es lo mismo: a lo metafórico y simbólico de lo que la palabra apunta y el conjunto del poema insinúa. Lo que se sugiere sin decirlo.
3.       El ritmo: viene a ser como una musicalidad que en los poemas se imprime mediante la acentuación (prosódica u ortográfica) de tal manera que en la lectura en voz alta notamos cómo el poema trascurre como un todo armónico sin “escalones” ni “agujeros”. Tiene que ver en último término con la métrica -número de sílabas- por lo que no se pueden perder de vista dos reglas básicas: en cuanto a la acentuación: que las palabras agudas suman una sílaba; las esdrújulas restan una sílaba; y las llanas ni suman ni restan.
En cuanto a la sucesión de dos palabras en las que terminan y comienzan por vocal como norma general forman la sinalefa; es decir: la unión de final y principio de ambas palabras de tal manera que resta una sílaba. La Real Academia la define como:
 f. Fon. y Métr. Unión en una única sílaba de dos o más vocales contiguas pertenecientes a palabras distintas; p. ej., mu-tuoin-te-rés por mu-tuo-in-te-rés.
Ejemplo de sinalefa:
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero”

Con estos tres componentes (y con mucha lectura en voz alta) se puede comenzar la incursión y el tránsito por el mundo de la poesía, rimada o de versos blancos, con ciertas garantías de bien hacer; pero, sobre todo, con cierta seguridad de que algún día, cuando volvamos a leernos a nosotros mismos, no deseemos desaparecer debajo de nuestros versos para que nadie nos vea la mala color del sonrojo.

Lo cierto es que cada uno de estos elementos -figuras retóricas- adquiere un especial protagonismo, dependiendo del género poético elegido. Nunca serán igualmente recibidas las mismas palabras en un poema épico, en uno lírico o en uno dramático.

Danza de Mata Hari (Internet)
Afinando más aun, dentro de la lírica, hay un subgénero, el erótico, que exige una especialísima contención, una delicadísima forma de sugestión, y un singular ritmo acorde con el contexto.

Para hacer más visible lo anteriormente dicho, en cuanto a la “publicitación” de los sentimientos más íntimos, viene a cuento aquí recordar la frase del maestro, Gabriel García Márquez: Todos tienen tres vidas: una vida pública, una vida privada y una vida secreta.

La vida pública suele salir a la calle vestida de domingo; no olvida maquillarse con esmero y ocultar con un buen tinte los estragos del tiempo y sus manías. Todos pueden vernos, pero solo con el atavío que nosotros elegimos, aunque ellos puedan imaginarse lo que les plazca sobre lo que hay debajo.
La vida privada, como tantas veces he dicho, es la que se abre ante nosotros después de cerrar a nuestra espalda la puerta de la calle. Pocos, que no sean los que viven con nosotros, pueden ver lo que sucede detrás de aquella puerta, aunque haya signos externos que revelan una aproximación de lo que allí ocurre.
La vida secreta tiene que ver con la esencia de la mismidad de cada uno de nosotros, una vez solos, desmaquillados y desnudos. Ahí no hay trampa ni cartón. Somos como somos: nuestras más recónditas pasiones pugnan por emerger y, al propio tiempo, tratamos de contenerlas públicamente y de expresarlas solo ante quienes elegimos. Y, aun así, lo haremos tratando de no perder una mínima compostura. 

En este mundo de la literatura, el vehículo de expresión, en cualquiera de sus manifestaciones, es la palabra.

Sucede que se dice lo que se dice; pero es la estructura elegida, la forma (pública, privada o secreta) la que va a convertir lo que decimos en una procacidad o en una sutileza.

Leda y el cisne. Miguel Ángel
Es en esta vida secreta” donde tiene su mejor cabida la poesía erótica, ésa que habla con sordina de impudor, de deseo, de pulsiones básicas, de la esencia del ser humano en su grandeza y su miseria, en su osadía y en su ausencia de compostura cuando la pasión galopa; en sus urgencias irrefrenables y en su ternura sosegada llegado la tregua. En su desnudez absoluta que, si ha de asomarse a la ventana, lo hace desde detrás de los visillos.

Sucede que, lo que en secreto puede resultar sublime, puede también convertirse en esperpéntico si se exhibe desnudo allí donde se exige “traje de etiqueta”.

Sucede que la excelencia de la poesía erótica puede convertirse, en contra de la voluntad de quien escribe, en un desafío para la procacidad de los más torpes, si se descuidan los principios de contención, sugestión y ritmo. Y no podrá extrañarnos que esa inocente, aunque descuidada o inadvertida “provocación” no deseada, arranque de algún lector, instalado todavía en una rancia testosterona, un lamentable comentario zafio o un gesto de tosca complicidad entre machos, que causará sonrojo a quien, sonámbulo, salió a la calle creyéndose vestido.

La poesía erótica es el reducto climatizado para la desnudez de nuestra ineludible vida secreta. Ese lugar recóndito donde todo está permitido mientras haya consenso entre quienes lo comparten y no exista violencia asimétrica. Pero cuya escenificación (material o escrita) es necesario cubrir con siete velos antes de salir a la calle a exhibir nuestros versos, para no convertir lo sublime en procaz o patético.

Sacrificio a Baco. Massimo Stanzione
Es patético en poesía erótica poner a secar en el tendedero del patio común la siempre inquietante lencería femenina, que debiera secarse en la intimidad, y sólo para que el vecino se entere de que tenemos visita. Es patético identificar erotismo bellamente compartido con machismo unidireccional y dominante. Es patético por innecesario exhibir sin esmero lo sabido (y apetecido) por todos pudiendo sugerirlo con primor. Es patético trabajarse el onanismo en la plaza pública.

Es sublime en poesía erótica aludir sin detallar, sugerir sin acabar de decir, implicar a los lectores en lugar de enardecerle las ingles al primer rijoso que busque fuera de sí lo que en sí no tiene, o hacer exhibición de lo que debieran ser turbadoras complicidades insinuadas.
Es sublime amar y ser amados por escrito, de cualquier forma y manera compartidas; nunca exhibidas.

Escribir es sublime. Por eso hay que hacerlo sublimemente.

Traigo aquí cuatro poemas, (de dos hombres y dos mujeres), como ejemplos de poesía erótica trabajada en la contención. Y me permito hacer una última recomendación: antes de escribir poesía erótica, hay que leer mucha, muchísima poesía erótica. (Lo de practicar es cuestión de cada uno).

Una mujer desnuda y en lo oscuro
(Mario Benedetti)

Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi su destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende.
El cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente.
Una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.



Soneto XXVII
(Pablo Neruda)

Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo

como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

*
Me desordeno, amor, me desordeno
(Carilda Oliver - soneto)

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mala promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

*
"Moderna"
(Alfonsina Storni - soneto)
Yo danzaré en la alfombra de verdura,
ten pronto el vino en el cristal sonoro,
nos beberemos el licor de oro
celebrando la noche y su frescura.

Yo danzaré como la tierra pura,
como la tierra yo seré un tesoro,
y en darme pura no hallaré desdoro,
que darse es una forma de la Altura.

Yo danzaré para que todo olvides
y habré de darte la embriaguez que pides
hasta que Venus pase por los cielos.

Más algo acaso te será escondido,
que pagana de un siglo empobrecido
no dejaré caer todos los velos.

En CasaChina. En un 10 de Febrero de 2019

sábado, 23 de febrero de 2019

EL IMPOSIBLE VOLVER A LA SALINA




 La Salina fue así. Pero ya no lo es.

El camino que baja desde La Pililla a La Salina no es ya un camino que ahora se pueda recorrerse a pie, porque nunca podremos devolverle al paisaje lo que ya no posee: La Salina misma.
Ni se puede recuperar el olor de los bisoños pinos que por entonces mandó plantar nuestro padre, y que ahora, enormes bamboleos de ajenidades, ocultan una casa que ya no es la casa ("La casa/ ya es otra casa/ el árbol ya no es aquel/ han borra’o hasta el recuerdo/ entonces, a qué volver” -que cantaba la inolvidable María Dolores Pradera). 

 
Aceituneros en La Salina
        Cualquier afán por regresar a la Salina debe ser algo así como un interminable y mítico viaje a Itaka, la misteriosa patria de Odiseo. Un anhelo mil veces repetido de retornar a nuestro particular hogar, la casa de nuestra particular Odisea; la infancia nunca redimida que, cual isla jónica, comienza a hundirse en la niebla de los años.

Ese imposible "volver a La Salina" es, sin embargo, un hacedero viaje emocional, que podemos permitirnos, por una razón tan simple como lo es la flor de una zarza: porque una vez existió La Salina. 

Manuel Cabanillas, Baltasar e Isabel
Soco, Conchi y May en la feria de Jaén
Ahora La Salina no existe sino en nuestros recuerdos -que no es poco-, en los que, más que una casa, lo que existen son incontables momentos tan abstractos como reales, a los que alargarse sin necesidad de salir de nosotras mismas. Momentos que siguen vivos más allá de las escombros del tiempo: Mamá balanceándose en su mecedora, con una edad que nosotras ya hemos traspasado con creces, delante de una tele atacada por la “nieve” -aún no habían puesto el repetidor de Mágina- mirando en familia el desembarco del hombre en la luna justamente a la hora de rezar el rosario en familia; Isabel, nuestra entrañable Isabel, cuya azarosa vida hasta que llegó a nuestra casa merecería un libro propio, riendo, .siempre reía, hasta cuando simulaba llorar- azada en ristre, mientras le abría tornas al agua de las tablillas donde echábamos el vergel; Juani, nuestra Juani sin más aditamentos, almidonándonos los cancanes; la alberca llena de ranas al medio día o la habitación de la costura, llena durante las calurosas siestas de seriales radiofónicos, a los que les ponía interferencias el irritado ulular del mochuelo de mi hermana Conchi -al que, por cierto, el primo Miguel le dio matarile de un bobinazo de hilo de hilvanar, sin tener el miramiento de elegir una bobina de las de bien-coser para semejante ejecución pajaricida-; la era de piedra seca, a la que las ignorantes moderneces le sacaron las piedras centenarias, como quien saca muelas naturales perfectamente asentadas sin necesidad de argamasa para ponerle una dentadura postiza; o la azotea del torreón, sirviéndonos de dormitorio eventual en las peores noches de canícula… ¡Ah! Y ese viejo recuerdo que solemos mencionar las hermanas cuando estamos juntas, poblado aún de la figura de un padre muerto antes de darnos tiempo a saber lo que era un padre. Papá leyéndonos junto a la chimenea algunos libros no precisamente adecuados para unas chiquillas que aún no habían alcanzado la docena de años, y que todavía me causan verdadero espanto, como aquel “El perro de los Baskerville” que casi me deja insomne por el resto de mis días. 

La Salina ya no es la Salina. Es una casa nueva, semejante a todas las casas, sin nada que la haga diferente, como lo era la Salina de entonces.

Volver a La Salina a pie ya es imposible; han borrado hasta el camino.

Pero nadie podrá arrancar de nuestro recuerdo aquellos paisajes que forman parte de la vida. Ni podrán embargarnos la memoria, como se embargan los enseres de una casa semejante a la del poema <EL EMBARGO> de Gabriel y Galán.


Soco, Conchi y May
Porque lo vivido en la infancia y en la primera juventud, por irreal, es inembargable, (hasta que el Alzheimer nos separe… de nuestras inexistentes cosas).
En CasaChina. En un 23 de Febrero de 2019