viernes, 11 de diciembre de 2015

EL JUEGO DE LAS PRENDAS



19/2015

 (De la Serie "Secretos de Familia")

HOY: al hilo del personaje Juan Martínez Villergas

       Tendría que pasar mucho tiempo para que una servidora acabara de comprender las picardías que se escondían tras aquellos juegos, en el que el perdedor entregaba una prenda personal y, para recuperarla, tenía que dar o hacer lo que el severo tribunal de jugadores decidía que debía pagar.
Modificación cromática propia sobre dibujo de Internet
Como digo, sólo el acceso a la adolescencia me metió en rubores cuando, jugando al “juego del anillico”, las manos de aquel mozuelo, detenidas apenas unos segundos entre las mías, me metieron la pechera en tamborrada cardiaca y la cara en sonrojos más luminosos que un semáforo en mitad de una noche sin luna. Pero, hasta que sucedió aquello, las chiquillas de apenas seis años desmaliciados jugábamos a las prendas en el patio de las Escuelas de La Barriada de Fátima, bajo la atenta mirada de la Maestra, Doña Lola, y de su hermana, Doña Pepita, la “mocica vieja” convertida en “Doña” por el hecho de haber nacido de la misma madre que nuestra Maestra.

       Antón, Antón, Antón perulero/ cada cual, cada cual, que aprenda su juego/ y el que no lo aprenda/ pagará una prenda…”.

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       Allí íbamos depositando el cinturón de nuestro babi, una sandalia de las de goma, el lazo del pelo, la medallita de la Milagrosa…
La recuperación de la prenda estaba condicionada, como he dicho, al veredicto del Tribunal de Jugadoras: “si quieres tu medalla, tienes que ir a la alambrera del patio de los niños –apenas a tres metros- y sacarle la lengua a Luquitas. O poner pata en pared como un perrillo; o enseñarnos las bragas”.

       “Antón, Antón, Antón Pirulero…”.
       Ya en Bedmar, en los “butifueras” del Cortijo de la Salina, donde las cuadrillas de aceituneros tenían suficiente edad para alborotarse, y yo la pillería precisa para saber de qué iba el alboroto, se me fue alcanzando que el famoso “Antón Pirulero” tenía más astucia en picardías de la que nos gastábamos en las Escuelas de la Barriada de Fátima en Jódar. Por esos tiempos de aceituneros, pude cerciorarme de que las penas a pagar eran repizquitos furtivos por debajo de los refajos, besillos de ambigua trayectoria, regodeos y manos que se metían allí donde a las mozas le alteraba el pulso y a los mozos la hombría.

       Antón, Antón, Antón Pirulero…”.

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       Tuve que llegar a mayor para saber que el tal “Pirulero” era un natural del Perú. 

Y tuve que llegar a vieja para saber que el tal “Antón Pirulero” fue un semanario, publicado en Argentina, en 1875, por uno de nuestros escritores malditos del Romanticismo, Juan Martínez Villergas, a quien estoy segura de que le hubiera gustado saber que la cabecera de su semanario dio de sí tanto que sirvió algo más que para contar cosas por escrito, o para juegos de niñas en el patio de una escuela de la Barriada de Fátima.
Su “Antón Pirulero” traído desde el lunfardo sirvió para acelerarle los pulsos al mocerío en aquellos tiempos en que el mapa del pecado estaba siempre al sur del ombligo.

En “CasaChina”. En un 26 de Febrero de 2015.