jueves, 20 de agosto de 2015

¡UN EURO!




  No habían dado aún las ocho de la mañana cuando llegó el Director y abrió la puerta, sintiendo fijos en sus espaldas los incontables ojos de sus vecinos. Una larguísima cola, que esperaba pacientemente que se abriera el Banco, se precipitó al interior, más por disfrutar del frescor del local climatizado de la pequeña oficina que porque tuvieran una prisa especial. Era Agosto; quien más y quien menos estaba en paro o a punto de estarlo; hacía más de una hora que las mujeres habían ido a la plaza a comprar los tres tomates y el pepino para el gazpacho, y, guardadoras de sus viejas costumbres, habían espurreado agua fresca en las puertas de sus casas, a pesar de existir ya un servicio de limpieza municipal, y de haber desaparecido el empedrado debajo de un asfalto apaciguador de la polvarina que levantaban las bestias camino del río, al que, por otra parte, hacía demasiado tiempo que ya no bajaban las bestias, porque el “super” proveía de forraje sin necesidad de quemarse las manos en el mango de la azada para aporcar el vergel. Las faenas del campo hacía semanas que habían consumido la temporada, y si bajaban a la Plaza, ya no era para que los manijeros les apalabraran un jornal, sino para vaguear delante del Bar del Cuervo, tanteando en el fondo de sus bolsillos las últimas monedas con las que darse el homenaje de un chato de vino peleón. Y, además, aunque se tuviera alguna faena sin terminar, el día se anunciaba demasiado caluroso en Torredonjimeno como para meterse en afanes que no pudieran esperar.
        Todos los vecinos, que antes se apiñaban en la puerta del Banco, estaban ahora en perfecta formación delante de la caja, y el cajero se retrasaba, lo que obligó a Director a sustituirlo.
        “Vengo a ingresar”, Pepe –dijo la primera comadre,  levantando una mano cerrada y nudosa, incapaz siquiera de dibujar su firma.
        “¿Cuánto?” –dijo el Director maquinalmente tomando el impreso para los ingresos. “Un Euro” –respondió Eufrasia, la coja, a la que sus vecinos habían cedido la vez en la cola, no tanto por su cojera como por los más de 90 años en los que ya apenas podía apoyar tantísima vida. “Alargame tu cartilla, Eufrasia, para mirar el número”. “No, hijo, no. Si no es en mi cartilla donde quiero ingresar. Es en otra…”. “¿En otra? ¿Y te sabes el número, Eufrasia?”. “Aquí me lo han apuntado, hijo”, -y la anciana le extendió  una hojilla de libreta donde alguien había escrito el dato preciso: ES42 2100 6866 7901 0000 9529. “¿Cuánto vas a ingresar?”, –se apremió Pepe, el Director, mientras escribía el nombre de los titulares –Manuel... y María…-. “Un euro” –la voz de Eufrasia sonaba encopetada y campanuda como la de una marquesa mentando millones. Claro que Pepe, el Director del Banco, nunca había escuchado la voz de una verdadera marquesa; pero, por lo que escuchó en Jaén cuando fue a hacer los cursillos de Banca, las pocas y verdaderas marquesas que quedaban debían sonar así de solemnes y pomposas cuando se dignaban ir a ingresar al Banco personalmente en lugar de enviar a su mayordomo. Sólo cuando escuchó la cifra que mentaba la desdentada boca de Eufrasia, se dignó Pepe levantar la cabeza y fijar su mirada cansina en los ojillos revenidos de la Eufrasia.
        -¿Un euro?
        -¡Un euro!
        -Pero…Eufrasia…
        -¿Algún impedimento, hijo?
        -No, Eufrasia, no. Pero, por mucho que tú ingreses un euro, no van a solucionarse los 12.000 que deben Manuel y María. Y tú te vas a quedar sin tu euro y ellos sin su casa en cuantico llegue Septiembre.
        -¡Dios dispondrá lo que tenga que ser, hijo! Tú apunta y toma los dineros, que ya me está incomodando la rodilla de tanto estar a pie fijo- respondió Eufrasia con voz tan indescifrable como Pepe nunca le había oído.
        El siguiente en la cola era Bartolo, el nervioso barrendero, que, a pesar de las calorinas del verano, aún seguía llevando manga larga para que nadie tuviera que ver las marcas de lo que todo sabían y callaban, sobre sus chutes durante los años de juventud; hasta que el Ayuntamiento quiso recogerlo de las calles, y darle un carrillo, un escobón y un badil para adecentar, precisamente, aquellas calles que tan a deshora habían tenido que hacerle de catre a los cuelgues de Bartolo. La cuenta, la misma: la de Manuel y María. La cantidad, la misma: un euro, que para Bartolo suponía lo menos tres cigarrillos de liar.
        Sobre las doce del mediodía, la cola de impositores no bajaba, ni los tres empleados del Banco daban abasto para seguir apuntando, uno tras otro, los ingresos de ¡un euro! En la cuenta de Manuel y María.
        A eso de la una, Pepe, el Director del Banco, en funciones de cajero, el cajero y Barbarita la becaria empezaron a ver caras forasteras, de los pueblos vecinos, e incluso de Jaén.
“A lo mejor  me ascienden y me mandan a la capital” –pensó Pepe, el Director, cuando, a las tres de la tarde, echó el cierre a la puerta del Banco dejando en su caja fuerte tal cantidad de monedas de un euro que superaban con mucho los 12.000 euros a que remontaba la deuda de la hipoteca de Manuel y María.
        Cuando al día siguiente recibió la llamada de su Jefe de Zona, a Pepe, el Director, se le aceleró el pulso. Nunca Don José lo había telefoneado directamente, ni nunca su voz había sonado tan reconfortante y zalamera:
        -“Pepito, campeón, ¿cómo lo has hecho, tío?”
        Estaba seguro de que se refería a la hipoteca de Manuel y María cuando respondió: “Pues ya ve usted, Don José…la gente de la calle que es como es… y que de la boca se lo han quitado para remediar lo de la casa a Manuel y a María… ¡Y la trabajera que nos ha dado al Ildefonso, el cajero, a Barbarita, la becaria y a un servidor el atender a tantísimo personal como el que tuvimos que atender con su euro en la mano…! ¡Que hasta los chiquillos, y los dos tontos que tenemos en el Pueblo, arrimaron su euro…! ¿Que qué me dice usted, Don José? ¿Que cuánto es el sobrante una vez liquidada la hipoteca? Pues… a ver, déjeme usted echar cuentas… ¡Huuum…!  9.000 de intereses…, 2.000 de costas del juicio…, 800 de gastos de mantenimiento… 10 de… Mire usted, Don José, según mis cálculos, sobran más de 20.000 euros sin contar con los forasteros que, por cada euro que han transferido, les hemos sacado tres euros de comisiones… ¿Cómo dice usted…? ¿Qué les  diga que estamos dispuestos a ampliarles la hipoteca para que se compren un motocultor y un corralillo donde echar gallinas…? Verá usted, Don José: es que el Manuel y la María ya están jubilados y no precisan de… ¿Qué son órdenes de “arriba”? Pero ¿cómo los convenzo yo de que…? ¡No me diga…! ¡Cómo va a costarnos el puesto de trabajo a usted y a mí si no los convenzo…! ¡Eso no puede ser de esa manera que usted dice, Don José! El Banco tiene que considerar que llevamos toda la vida sudando entre sus paredes. Porque, Don José: si nos despiden por no engatusar a Manuel y a María, ¿Con qué vamos a pagar usted y yo nuestra hipoteca…?
        No, si un servidor no quería sacar una hipoteca nueva, pero, como se portaron tan bien y nos dieron tantas facilidades por ser empleados suyos…

En “CasaCala”. En un 20 de Agosto de 2015

http://www.ideal.es/jaen/provincia-jaen/201508/18/piden-euro-para-salvar-20150817201658.html

sábado, 15 de agosto de 2015

TAL DÍA COMO HOY

 47/2015
        Fumar, lo que se dice fumar, no estaba bien visto en aquellos tiempos, ni permitido a los chiquillos o a las mujeres, salvo una vez al año: la noche de las lumbres de San Antón; aunque los indultados por una noche no fumábamos precisamente tabaco, sino cigarros de matalahúva que, junto con el humo de las hogueras, dejaban en el aire del Pueblo un aroma a desinfección de fuego de troncos y yerbas aromáticas que perduraba durante semanas.
        Lo de beber era otra cosa. Recuerdo que, durante nuestra estancia en Jódar, aparte del agua con “litines”, preparada con las pastillas compradas al por mayor en la Farmacia de Miguelito, de enfrente de Los Gasquez, solíamos alargarnos a la cercana cantina del inefable Blas Cejudo, en Mendez Núñez, 5, a comprar vino a granel, sacado de aquellos toneles rollizos, tumbados sobre sus barrigas, calzados con tarugos para evitar que rodaran sobre sí mismos, y de cuya tapa frontal, en la parte baja, sobresalía un rústico aunque eficaz grifo de madera, capaz de administrar el llenado de botellas y contener el oleaje alcohólico de sus entrañas con más eficacia que una puerta blindada. Pocas eran las veces en las que se nos dejaba catar el vino, salvo por las Pascuas, (las de los aguilandos; no las Floridas) cuando, sobre una mesita con tapete de ganchillo y tapa de cristal, se ponía un azafate de polvorones, junto a una botella de Coñac Fundador, (entonces se podía decir “coñac”) y otra de Anís del Mono, para que se convidaran los que llegaran a dar las Pascuas, cosa que la chiquillería aprovechábamos para relamer los restos de los vasillos antes de que los echaran a lavar, e incluso para ser premiados con “una copita de ojén”.
        Luego nos fuimos a Bedmar, donde a la costumbre de las Pascuas, se añadió una experiencia nueva para nosotras: La fiesta de La Virgen. O la Fiesta del Río; -como se prefiera.
        En efecto, tal día como hoy, lo suyo era recorrer las huertas, todas las que nos dieran abasto las horas y el sofocón, sin que, a pesar de nuestros pocos años, nadie nos escatimara un vaso de PONCHE DE MELOCOTÓN a pesar de estar bien bosados de vino y de alguna que otra bebida menos lánguida.
        Tengo para mí que lo de emborracharse con vino, cualquier día del año, era algo  tenido por afrentoso; pero lo de achisparse con Ponche de Melocotón, tal día como hoy, era un rito casi sagrado del que  nadie debía renegar bajo pena de excomunión del frescor de los vergeles de entonces, hoy convertidos en secarrales, en chalets de temporada o, simplemente, en rastrojos desamparados.
     
http://www.weeky.es/los-lebrillos-de-ponche-del-tio-peroles/#prettyPhoto/2/
  Tal día como hoy, un año antes de que nuestro padre muriese, nosotras, las tres, a lomos de nuestra borriquilla –La Mora-, recorrimos las huertas del Río, “tirándonos a panza” sobre las matas de pepinos (¿vendrá de ahí lo de “panciverdes”?) y bebiendo ponche hasta hartarnos. La última fue la huerta de Julia la del “Corta’or”, donde el lebrillo del ponche había dado de mano. Lo que sucede es que, cuando abandonamos aquella huerta, con nuestra mi’ajica de chispa en condiciones, ya apuntaban las claras del día 16 por detrás de la Serrezuela; y cuando llegamos a nuestra casa, ya había amanecido tal día como mañana. Habíamos pasado en el Río más de 24 horas.
        Fuera porque mi chispa era más grande, fuera porque mi talento siempre fue más chico, lo cierto y verdad es que, mientras yo me quedaba alelada en el porche como un lagarto delante de su encantador, mis hermanas desaparecieron nada más aparecer la inmensidad de nuestro padre detrás de la puerta. Y hasta la borriquilla, después de rebuznar tímidamente como si estuviera diciendo “yo no he sido”, y atravesando la era, emprendió un trote cansino que la llevó directamente a la cuadra sin ni siquiera sacudirse el aparejo a pesar de la holgura de la cincha.
        No es que a estas alturas de la vida pueda recordar con precisión; pero tengo para mí que estuve atada a la oliva de delante de la casa más horas de las que habíamos pasado en las huertas.
Menos mal que la memoria se diluye como en azúcar cuando se alivia con un buen Ponche de Melocotón, siquiera sea en el recuerdo.
En “CasaCala”. En un 15 de Agosto de 2015

jueves, 13 de agosto de 2015

Misión cumplida



46/2015


        Como cada año por estas fechas (Semana Cultural de Bedmar) visito mi Pueblo para comprobar su pulso poético (y otras cosas más, a manera de verdugones espigados en el implacable azote de mi lejana infancia).
        Este año mi viaje a Bedmar tenía tres objetivos esenciales.
El primero de los objetivos era acompañar a Luis Alberto Alcalá Martos en su recital en el certamen de poesía después de recibir su cálida invitación al acto. De Luis Alberto, y de su especialísima forma de mirar el Mundo, que a mí me fascina, hablaremos otro día; baste por hoy apuntar que muchachos como él, en otros tiempos, hubieran estado arrumbados, y, sin embargo, en estos, es capaz de emocionar al público hasta el extremo de que el Jurado del Certamen le otorgó un accésit por un ingenioso poema cuyo tema giraba en torno a “los mayores” y su visión de las tecnologías actuales. ¡Felicitaciones, Luis Alberto! Y mi eterna gratitud por aceptar que escribamos juntos sobre nuestro Pueblo, querido y admirado Colega Escritor.
Semana Cultural Bedmar 2015
Un segundo propósito era entrevistarme con Cristóbal Triguero López, (Cristóbal “junior”) para tratar de confirmar mi aún emergente y nebulosa sospecha de que los trisómicos, (entre otros afectados por distintas mutaciones genéticas) poseen capacidades dimanantes de la ausencia de la llamada “poda sináptica”, que les mantienen activas e intactas determinadas potencialidades para acceder a mundos mágicos propios de la primera infancia, cuyo acceso nos es negado a los erróneamente llamados “normales”. Y digo “erróneamente” porque lo normal no debiera ser la adquisición de habilidades y destrezas para poder defendernos de las hostilidades del entorno –que, en definitiva, eso viene a ser el desarrollo “normal” de los seres humanos- cuando lo normal debiera ser un estimular el aprendizaje de la solidaridad sinérgica. Esa “poda sináptica” es el precio, el altísimo precio que tenemos que pagar los “elegidos” por la inteligencia al uso.
Los andrajos: ese  plato que María Dolores borda 
También este propósito se ha cumplido con creces después de más de dos horas charlando, de tú a tú, con Cristobillas, este ser mágico de Sierra Mágina que, por algún privilegio de la naturaleza de mi tierra, sigue siendo niño en la edad de ser niño, manteniendo intactas las picardías propias de su niñez, en lugar de picardearse en ésas nuestras sesudas y adultas perversidades a las que, acostumbrados como estamos a “la normalidad” de su malicia, no nos queda otra alternativa que proyectar “¿inteligentemente?” su insidia en los que nos rodean, incluidos los niños, para librarnos de las culpas propias, al tiempo que encontramos una dis-culpa para partirles la cara a nuestros recién creados enemigos.
Con él, con Cristobillas, que habla el lenguaje de los pájaros y encandila y paraliza a cualquier animal con sólo tocarlo, escribiré algún día sobre la “Magias de Mágina”® si el tiempo me da tiempo suficiente para hacerlo.
El tercer objetivo era convertirme en “público” del reciente cambio de gobierno municipal, surgido de las últimas elecciones.
Con Rosa Gamez, puro nervio
Tengo que aclarar mi creencia de que, ante cualquier evento colectivo, hay solamente dos formas de posicionarse (¡uf, qué palabro ése de “posicionarse”). Se trata de ser “pueblo” o ser “público”; de implicarse en la  representación de lo que está sucediendo, o, simplemente, limitarse a observar lo que está sucediendo ante nuestros ojos. Iba yo dispuesta a observar, a mirar, a churretear –como se dice por allí- sobre lo que “se cocía” en la olla del nuevo Ayuntamiento. A ser, en definitiva, “público” avaro de espectáculo y, sin saber muy bien cómo, me vi convertida en “pueblo” mondo y lirondo.
¡Bueno! Tampoco sería decente decir que no sé cómo sucedió, porque, a estas alturas de la vida, lo sé perfectamente. Simplemente, el jovencísimo y muy habilidoso nuevo Alcalde se valió de la fórmula más antigua y más eficaz del mundo: implicar al concurrente ajeno en la tarea propia como si su presencia en la trama fuera imprescindible. “Pensamiento sistémico” se llama a esta pócima capaz de multiplicar exponencialmente las voluntades. Lo cierto es que el joven Alcalde, Juan Francisco, me citó en el Ayuntamiento, me recibió, me contó sus proyectos, me habló como si nos conociéramos de siempre, cuando, por sus años, hay un “siempre” demasiado lejano en el que él no era sino un proyecto impensado. En definitiva, nos hablamos como dos paisanos sentados en una mesa de camilla con brasero de invierno. Y, cuando le pregunté si él era Alcalde de los Socialistas de Bedmar, me respondió que él era Alcalde de los Bedmareños, y que sólo su programa –y no él mismo- estaba regido por sus irrenunciables y arraigadas creencias socialistas, entre las que se cuentan dos esenciales: escuchar a TODOS y prescindir  de las GUERRAS AJENAS.
¡Cómo no acabar convirtiéndome  en “Pueblo” en lugar de seguir siendo “público” de ese entorno tan Bedmareño!
Pilar de La Carrera Alta recién restaurado
Quienes me conocen de verdad, saben que “ni soy de aquí ni soy de allá”, ni de estos ni de los otros, sino también. ¡TAMBIÉN! Quiero decir –un suponer- que, aunque hoy me levante cantando “la ovejita lucera” o bailando “Paquito el chocolatero”, en mitad del baile puedo cambiar el paso y ponerme a entonar “una furtiva lágrima”, o enderezar los pies hacia los primeros compases del Vals del Emperador, sin que mi portes desdiga ni en la verbena del foro ni en los salones de cualquier palacio, y que para disfrutar de la vida sin dejar de ser yo misma, tanto me da beberme un chato de vino peleón en una taberna de pueblo que degustar un cava servido en la más fina copa de cristal de Bohemia; eso sí: cada cosa a su tiempo y en su contexto. Creo que esta condición de “tornavientos” me viene de lejos, aunque, para perfeccionarla, sin ser tocada por dolores innecesarios ni por complejos trasnochados, hay que haber traspasado cierto número de calendarios, y saltado por encima de varios civantos, para saber que la condición de veleta no significa ser súbdita de cualquier viento, sino señora y señera inequívoca de la dirección de la que sopla el aire para calcular si ha llegado el momento preciso de buscar recacha en lugar de presentar batalla. Y que lo de cambiar de chaqueta es lo más sano del mundo cuando la que se lleva puesta empieza a oler a sudor añejo y a tener lamparones de aceite rancio.
Reina Mora fue todo un descubrimiento
Lo bueno para mí es no haber llevado nunca chaqueta, porque puedo así apreciar el  calor de las chaquetas ajenas cualquiera que sea su paño y no tener miedo a perder chaqueta propia.
En el salón del Ayuntamiento de mi Pueblo, sentada a la derecha del Hijo de las pasadas Elecciones, no he podido por menos que sentirme afortunada.

Antonio Jesús Catena: un Concejal incansable
¡Misión cumplida! –me decía mientras mi coche enfilaba hacia la Sierra de la Estrella, dejando atrás tanta riqueza humana y tanto potencial.

En Bedmar. 12 de Agosto de 2015