lunes, 22 de abril de 2019

SABER ESTAR. SABER SER. Homenaje a la sabiduría de un joven político


31/2018

SABER ESTAR. SABER SER
(Homenaje a la sabiduría de un joven político)

       En pocas horas viajaré al otro lado del mundo, a lo de la cosa de los libros y de los abrazos transoceánicos, dejando a mis espaldas un rumoreo de urnas llenas de enigmas y propensiones callejeras con periodicidad cuatrianual si las cosas marchan en condiciones. Y no quisiera yo irme sin meter baza, y dejar dicho lo que se me apetece decir sobre esta especie -la política- cuyo oficio debiera ser aliviarnos la tarea del poder ir al otro lado del mundo en busca de algo más que un libro, un manojillo de abrazos, un sueldo o una pensión que alcance y de de sí hasta final de mes.
       Lo que pasa es que, como ya casi todos podemos comprarnos traje nuevo, se nos olvida a veces que los trajes son algo más que un lujo de quita y pon.
Hubo un tiempo en que el rojerío de disfrazaba de zarrapastroso con la intención de engañifar al personal y hacerle creer que ellos, con sus trajes de pana -eso sí: de la mejor factura y tejido-, eran más obreros y más revolucionarios que los inventores del jornal intermitente mendigado de madrugada en la plaza del Pueblo.

Frente a la casa donde nací
       No se daban cuenta de que lo de ser zarrapastroso a la fuerza no es un desdoro, sino una digna denuncia contra la indignidad de la discriminación impuesta en la calidad de los trajes. Y que la verdadera mano de obra de jornal escatimado y esparteña no estaba integrada por un hato de simples pordioseros disfrazados de pobres, sino pobres de solemnidad que sabían buscarse la manera más digna de salir a la calle cada mañana, con lo puesto, (puesto a secar durante la noche para limpiar el cieno del tajo) sin que quedara ninguna prenda de repuesto en los baúles con la que hacer de relumbrones.
Cualquier tiempo pasado...?
       Hubo un tiempo en que los sabiamente motejados por la gente del pueblo como “piojos revivíos”, recién llegados ellos al paraíso del piojo verde de la política, ‑ése que se atrinchera y esconde sus avideces en los costurones de trajes de corte perfecto y vive de chuparle la sangre a quienes les pagan sayas nuevas y coche con chofer-, comenzaron a imitar con desigual gloria las otrora detestadas y ridiculizadas maneras señoriales, y se echaron a comprarse “chaleses” amueblados con atrezos de tanto lujo como pésimo gusto, y a demandar que se dirigieran a ellos como “señores”, sin darse cuenta de que el verdadero señorío no es una manera de vestir o un montón de ladrillos a las afueras a tanto el kilo, sino una alerta continua para no ningunear a nadie de los de abajo; una forma de cuidar los ademanes y los visajes con tal pulcritud que hasta los zancajos adquieren dignidad encima de quienes los saben llevar. Y un saber convertir sus residencias para que tengan más de hogar que de salón de tomar vinos de a tantísimo el trago, y más libros en sus estanterías que plata en sus vitrinas o relleno de caja fuerte.
       Y más sonrisas que desdenes.
       Y más dudas por resolver que dogmas por vociferar.
       La vida me ha concedido el privilegio de conocer este tiempo sublime en el que, de la misma manera que un analfabeto funcional malencarado y recién vestido de lujo puede alcanzar a dedo el grado de secretario de estado, un cómico con nariz y corazón de payaso puede llegar a presidente de un país (estoy hablando de la Ucrania de 2019) y lograr con gestos más que con gritos que la gente disfrute, aplauda y se ría mientras está en la siempre difícil y venerada tarea de vivir.
       Mi ya larga vida me ha concedido el privilegio de ver pasar el tiempo de los disfraces más chuscos, (aunque quede algún hitajo de muladar zascandileando en las tribunas) y poder regocijarme en contemplar cómo va llegando lo de la diversidad bien entendida, donde se cumple el refrán de que “el hábito no hace al monje”.
       Ni los monjes tienen por qué llevar hábitos.
Ni los curas sotanas con treinta y tres ojales.
Ni los ojales servir para aplicar el ojo sobre la paja ajena.

Pero, a lo que estaba: lo de los políticos.
       Dicho tengo que de política no entiendo, pero sí que me regodea y me fascina esa nueva generación de políticos sin disfraces ni fanfarrias. Ellos son los que, antes de echarse al monte de las urnas, se buscan en las aulas una digna manera de vivir, y hacen sus carreras a fuerza de codos, y saben que el disfraz no esconde lo que hay debajo, como ninguna alfombra puede tapar el pestazo de la mugre del maldecir, y airean las estancias para ahuyentar tiempos apolillados.
Ellos, en lugar de apedrearse a palabrazo limpio, como zoquetes parlanchines, han aprendido maneras en el decir, erudición en lo de renegar, y oportunidad en el atavío. Como los toros de raza, nunca embisten al cuerpo marrajamente, sino que entran a la lidia del capote. Nunca adjetivan posesivamente llamando “al lado mío”, sino que adverbializan el lugar donde están: “a mi lado”. Como nunca se pondrían un abrigo de visón para ir a la playa en agosto -por mucho empaque que le encuentren a los despellejes de los visones-; ni acudirían en bañador a una recepción de embajadores -por muy buen tipo que tengan en bañador o por mucho bulto del que quieran alardear-.
       Ellos (quitados unos cuantos que todavía se alborotan a grito pelado) saben estar.
       Pero, sobre todo, ellos (quitados unos cuantos que disimulan su bizquera extremosa a babor y a estribor) saben ser.
       Como le decía ayer mismo a un amiguillo de los de saber estar y ser: “Voy a ver si acierto en lo de votar (en botar, también), dándole (y quitándole) mi voto a quienes de verdad saben”.
       −Y, según tú, ¿dónde están los que de verdad saben? -me demandó mi amiguillo, que pregunta más que un mayéutico sentado en un pupitre de los de Sócrates.
       La pregunta tenía miga (de pan hecho con masa madre). Mi réplica la dejo por escrito antes de tomar el avión:

−Quien sabe de verdad, siempre duda -le respondí, recordando a un joven, cultivado y divinamente vestido alcalde, que tiene mi pueblo hecho un primor, sobre todo por los andurriales por los que la gente suele ir de trapillo, sin tener él que andar disfrazándose de alcalde, ni ponerse a sentar cátedra escorada a estribor cuando habla, a pesar de haber alcanzado más que un grado de sabiduría en esa banda del barco.
       Buenos maestro tuvo, sí señor. Otro día hablaremos de ellos cuando vuelva. Si es que vuelvo.
En CasaChina. en un 22 de abril de 2019