77/2018
¡Quién iba a decirlo!
Jean con su familia en Madrid |
Jean Sánchez, aquel niño que salió de Bedmar cuando lo de la
emigración, casi sin saber andar, y que luego regresó durante un tiempo a vivir
con su abuelo en el pueblo, y que más tarde se fue definitivamente más allá de
los Pirineos, tras una estancia de ida y vuelta al Madrid de los suburbios y de
los barrios extramuros, aquel niño cuyo nombre se afrancesó en tierras de
emigración, nuestro paisano Jean Sánchez ha escrito un libro. Un libro maduro, entrañable, sencillo, directo y honesto, en el que
cuenta su historia; pero en el que, mágicamente, todos podemos encontrar
nuestra propia historia; porque, más cerca o más lejos, estuvimos viviendo
nuestras propias historias, paralelas a las de Jean, que ahora convergen en un
mismo punto: su mágico libro.
Tuve
el privilegio de leer y emocionarme con el primer capítulo. Y desde aquel instante supe que J-e-a-n era la persona
elegida por el destino para escribir sobre la durísima historia de la emigración
de Bedmar (J-a-e-n) y de sus gentes.
Y tengo el privilegio
de que me haya recordado en sus primeras páginas, las de “agradecimientos”,
cuando soy y seré yo por siempre la eternamente agradecida, como paisana y como
escritora.
Pueblos de Sierra Mágina |
Lo
recuerdo con verdadera ternura. Cada capítulo/entrega de los que me fueron
llegando me estremecía, a veces hasta las lágrimas, a veces hasta la sonrisa o
la risa abierta. Porque lo que Jean iba escribiendo era la vida misma de una época
en la que cada uno de nosotros sabe bien para sus adentros lo que lo que tuvo
que aparentar o callar -que no todo fue lo que parecía-. En definitiva, lo que
tuvo que vivir cada quien. O lo que no vivió. Y lo que Jean ha escrito es la
vida misma vivida honestamente pero, sobre todo, esforzadamente dentro de una
familia marcada por la excelencia.
Barranco Peregil, paso de cosarias |
Según iba
leyendo, eran los paisajes de mi/nuestro Pueblo los que tomaban vida y sentido
nuevos. Así, La Posada, cerrada
ahora a cal y canto, perdía sus gruesos muros dejándome ver aquellos otros tiempos
en los que sus antepasados trajinaban en el interior. La Serrezuela reflejaba figuras inexistentes de “corsarias” -como les
decían en Bedmar- o “cosarias” -sin la "r"- como las define el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua a aquellas aguerridas mujeres que,
sin hombre que les procurase el sustento
de sus casas, porque sus hombres habían muerto en el frente, o habían sido
fusilados, o habían huido al monte, traían y llevaban ellas cosas de estraperlo
(curiosa y significativa palabra) de un pueblo a otro, arriesgándose a ser
apresadas y escarnecidas por “el orden establecido”.
Los huecos de las carnicerías de la Plaza
de Arriba cobraban ecos de “carnicerías humanas” en los viejos tiempos de unos
odios que Jean (¡bendito seas!) es incapaz de sentir.
Y París, aquel París que yo conocí por primera vez y a
pie -mochila al hombro- allá por la revolución de 1968, ha acabado por
convertirse en la ciudad redentora donde mi paisano aprendió que cualquiera que,
en lugar de paralizarse en la diatriba de odios heredados se esfuerce por la
superación personal, puede llegar a escalar la Torre Eiffel sin llevar los pies
descalzos ni demandar limosnas envenenadas.
Recorrer
ahora los distintos capítulos de ese libro que pronto verá la luz me produce un
cierto sabor agridulce. Y mucha, muchísima ternura. Porque duele lo que cuenta; pero su manera de contarlo está tan llena de cordialidad
y tan carente de revancha que aquella durísima realidad que va narrado nuestro
paisano la convierte en una catarsis sanadora para todos.
Jean |
Él,
que salió del Pueblo con lo puesto, que cuenta cómo la familia vivió en las
chabolas de Vallecas en Madrid o en el barrio obrero de San Blas, que nos
relata su éxodo y sus arrestos sin paliativos pero sin alharacas, acaba
mostrándonos una foto cuyo pie reza: “La urbanización
Pueblo Dorado, donde tengo el piso en Mojacar”.
Y es ese saber que nuestros paisanos más desheredados
supieron arañarle a la vida un mejor estatus a fuerza de privaciones y esfuerzo
lo que me reconcilia con el mundo y con sus peores recuerdos.
Sobre
todo, cuando uno de ellos, -en este caso, Jean- nos cuenta en primera persona
lo que jamás debemos olvidar: que la excelencia del esfuerzo personal y
perseverante está por encima de la envidia igualitaria.
¡Gracias! Mil gracias, Jean, por lo que me/nos
enseñas con tanta sencillez.
En CasaChina.
En un 27 de Agosto de 2018