martes, 7 de agosto de 2018

HACER EL AGOSTO


        67/2018
(Postales de Sierra Mágina)
Por entonces, hacia el mes de junio se comenzaba a hacer el agosto; o, dicho de otra manera, volvían los estudiantes, tan biniquillos ellos, a pasar las vacaciones de verano; se iban los segadores eventuales a los Montes, se comenzaba –hoz en mano, sombrero de paja y lomo derrengado a la altura de los riñones- a segar y a barcinar, cargando los mulos con una balumba de haces, de cebada primero y más tarde de trigo, que, dispuestas a la tarea de la trilla, se esparcía en las eras privadas, o en las eras comunes del Pelotar, esas construcciones únicas de piedra seca tan especiales de Sierra Mágina de las que ya hablaremos otro día, y se miraba al cielo a ver si el Dios de la lluvia tenía el miramiento de dejar sacar la parva en condiciones sin mandar una inclemencia de nubes de verano que remojara la mies en plena era antes del abaleo, o mandara un solanazo de esos que obligaban a sacar la parva a contraviento haciendo que el grano se fuera a hacer su pez donde la paja y la paja ocupara el lugar del pez.
Si las cosas iban como Dios manda, se comenzaba la faena, dando vueltas y más vueltas sobre los trillos, artilugios que ahora nos parecen imposibles, y que entonces giraban en las eras a cualquier hora del día hasta la puesta del sol.
Ya se sabe que nuestros campesinos, para ayudarse en las sudores y en las briegas, tenían un cante para cualquier faena como los clérigos tienen cánticos para cualquiera de sus ritos. Ambos dos, campesinos y clérigos, saben bien que los ritos precisan de música de fondo.
Y lo de trillar no podían ser menos.
Los cantes de trilla, sin música instrumental que los acompañara –como los de siega o los de fragua- eran la mejor manera de echar por la boca las solaneras y los sudores con que se ensañaba el agosto, sin que nadie tuviera que tomarse a mal lo que se decía cantando para no ofender:

El trillo despacio rueda
Y el sol lo contempla ufano
  mientras que la copla suena
mecí’a al viento solano.

Por cuatro perras gordas
estoy trillando
y le parece poco, compañerita mía,
cuando viene el amo.


Lo de “hacer el agosto” comenzaba por junio con la llegada de los estudiantes y acababa a mediados de agosto con la desaparición de las golondrinas y el atroje del grano.

Luego empezaban las ferias de los pueblos, y mal que bien, siempre quedaba algunos dineros, por pocos que fueran, para las cunicas, el turrón de almendra de Manolito el confitero o el chato de vino en la verbena consumido con tiento bajo el escenario desde el que las animadoras -¡aire, morena!- revoloteaban sus volantes dejando ver sus piernas enflaquecidas con los que ellas, a ritmo de guitarras y bandurrias, hacían su propio agosto por estos pueblos de Sierra Mágina.
Hasta que empezaron las orquestas…
https://youtu.be/TPOk6S63Ar0

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