43/2017
CHASPAR PESTUGAS
Claro; lo suyo
hubiera sido que, con los ajetreos de las mudanzas, se me extraviaran por el
camino las maneras maginerosas. Pero no fue así, de lo cual me congratulo ahora
que estoy por rematar esto del vivir.
Una servidora se fue a enseñarse
fuera de Sierra Mágina como estaba mandado por entonces para una chiquilla hija
de un maestro candidato a inminente abogado, de una madre que nació cuando no
se llevaba que las niñas de familias “bien” se metieran a saber más que los
posibles aspirantes a su mano, aunque ella se muriera por saber lo que decían los
libros, y nieta de quien era nieta. Por esos mundos de Dios, a punto estuve de
desaprender lo de por estas tierras, a fuerza de aprender lo que se aprendía en
cualquier sitio que no fuera éste: enseñanzas que nos emparejaba las mentes, aseándolas
de vulanicos locales y pedestres.
Aunque no me
gusta a mí meter a Dios en estas cosas -que digo yo que no está bien echarle la
culpa de lo que una es- me sale de los adentros decir que, a Dios gracias,
nació una algo cerril (que por otros lugares más relamidos lo llaman
obstinación, y por otros de “a la pata la llana” le dicen ser más terca que una
mula) y se empeñó en guardar en la memoria esas palabras y esas expresiones que
son como monumentos megalíticos, es decir, que son “mega”, o séase, grande en Román
paladino, y “litos”, como de piedra, que a lo basto parece un no-sé-qué sin
conveniencias, pero que, en manos de un buen escultor, enseña formas y figuras
fascinantes, al estilo del museo al aire libre de La Piazza de la Signoria de Florencia.
De
entre esos decires de Sierra Mágina, tan propios de lo mucho que por aquí hay -y
estoy hablando del olivar que es lo más nuestro quitado todo lo demás- se me
representa hoy hablar de lo de CHASPAR PESTUGAS.
Ambas palabras -verbo “chaspar” y
sustantivo “pestuga”- están en el Diccionario de la Real Academia Española un
poco así, como de pasada y como haciéndole ascos, no sea que salgan percudidos
quienes echan manos de semejantes decires.
Es como si ese vetusto y resabiado
diccionario tuviera por costumbre –como los países más “civilizados” de hoy en
día- establecer un cupo para palabras emigrantes, a las que no queda más
remedio que acoger por aquello de lo políticamente correcto, pero retirando
esas palabras tan vestidas de trapillo al gueto de la acepción única; lo cual
que a mí me deja el cuerpo cortado viendo que, sin ir más lejos, a la palabra
“friqui” le regalan tres alojamientos:
1.
adj.
coloq. Extravagante, raro o excéntrico.
2.
m.
y f. coloq. Persona pintoresca y extravagante.
3.
m.
y f. coloq. Persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición.
¡Si serán
“friquis” nuestros académicos de la lengua! Mira que darle a la definición de
pestuga una sola palabra para definirla cuando una pestuga da más servicio que
un rollo de papel higiénico…
Pestuga: ¡Fusta! -dice el diccionario
de marras.
Y, si no fuera porque una servidora
es de natural pastueño y paz-ificoso, le entran a una las ganas de hacerse un
buen vergajo, utilizando el material de los señores académicos, y liarse a
repartirles verdugones a quienes así desprecian y ningunean nuestros decires.
Pero como lo de ir chaspado material
para vergajos debe ser muy cansado, -y un menester algo conmovedor por lo de
las escaseces-, me quedo con lo de buscar en los libros lo que ese libro (el
Diccionario de marras) anda en escasearme sobre lo nuestro, que, como ya he
dicho, quitado todo lo demás, es lo de las olivas (árbol) y sus sabrosos
frutos: las aceitunas.
¡Y sus pestugas! Que bueno será
chasparlas para que no se chupen lo que en las aceitunas debe ir: nuestra
sangre verde.
Y miren lo que se dice en este viejo libro del que ya no se sabe mucho:
Y miren lo que se dice en este viejo libro del que ya no se sabe mucho:
En “CasaMagica”. En un 31 de Julio de 2017
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