SABER ESTAR. SABER SER
(Homenaje a la sabiduría de un joven
político)
En
pocas horas viajaré al otro lado del mundo, a lo de la cosa de los libros y de
los abrazos transoceánicos, dejando a mis espaldas un rumoreo de
urnas llenas de enigmas y propensiones callejeras con periodicidad cuatrianual
si las cosas marchan en condiciones. Y no quisiera yo irme sin meter baza, y
dejar dicho lo que se me apetece decir sobre esta especie -la política- cuyo
oficio debiera ser aliviarnos la tarea del poder ir al otro lado del mundo en
busca de algo más que un libro, un manojillo de abrazos, un sueldo o una
pensión que alcance y de de sí hasta final de mes.
Lo
que pasa es que, como ya casi todos podemos comprarnos traje nuevo, se nos
olvida a veces que los trajes son algo más que un lujo de quita y pon.
Hubo un tiempo en que el rojerío de
disfrazaba de zarrapastroso con la intención de engañifar al personal y hacerle
creer que ellos, con sus trajes de pana -eso sí: de la mejor factura y tejido-,
eran más obreros y más revolucionarios que los inventores del jornal
intermitente mendigado de madrugada en la plaza del Pueblo.
Frente a la casa donde nací |
No
se daban cuenta de que lo de ser zarrapastroso a la fuerza no es un desdoro,
sino una digna denuncia contra la indignidad de la discriminación impuesta en
la calidad de los trajes. Y que la verdadera mano de obra de jornal escatimado
y esparteña no estaba integrada por un hato de simples pordioseros disfrazados
de pobres, sino pobres de solemnidad que sabían buscarse la manera más digna de
salir a la calle cada mañana, con lo puesto, (puesto a secar durante la noche
para limpiar el cieno del tajo) sin que quedara ninguna prenda de repuesto en
los baúles con la que hacer de relumbrones.
Cualquier tiempo pasado...? |
Hubo
un tiempo en que los sabiamente motejados por la gente del pueblo como “piojos
revivíos”, recién llegados ellos al paraíso del piojo verde de la política, ‑ése
que se atrinchera y esconde sus avideces en los costurones de trajes de corte
perfecto y vive de chuparle la sangre a quienes les pagan sayas nuevas y coche
con chofer-, comenzaron a imitar con desigual gloria las otrora detestadas y
ridiculizadas maneras señoriales, y se echaron a comprarse “chaleses” amueblados
con atrezos de tanto lujo como pésimo gusto, y a demandar que se dirigieran a
ellos como “señores”, sin darse cuenta de que el verdadero señorío no es una
manera de vestir o un montón de ladrillos a las afueras a tanto el kilo, sino
una alerta continua para no ningunear a nadie de los de abajo; una forma de
cuidar los ademanes y los visajes con tal pulcritud que hasta los zancajos
adquieren dignidad encima de quienes los saben llevar. Y un saber convertir sus
residencias para que tengan más de hogar que de salón de tomar vinos de a tantísimo
el trago, y más libros en sus estanterías que plata en sus vitrinas o relleno
de caja fuerte.
Y
más dudas por resolver que dogmas por vociferar.
La
vida me ha concedido el privilegio de conocer este tiempo sublime en el que, de
la misma manera que un analfabeto funcional malencarado y recién vestido de
lujo puede alcanzar a dedo el grado de secretario de estado, un cómico con
nariz y corazón de payaso puede llegar a presidente de un país (estoy hablando
de la Ucrania de 2019) y lograr con gestos más que con gritos que la gente disfrute,
aplauda y se ría mientras está en la siempre difícil y venerada tarea de vivir.
Mi
ya larga vida me ha concedido el privilegio de ver pasar el tiempo de los disfraces
más chuscos, (aunque quede algún hitajo de muladar zascandileando en las
tribunas) y poder regocijarme en contemplar cómo va llegando lo de la
diversidad bien entendida, donde se cumple el refrán de que “el hábito no hace
al monje”.
Ni
los monjes tienen por qué llevar hábitos.
Ni los curas sotanas con treinta y
tres ojales.
Ni los ojales servir para aplicar el
ojo sobre la paja ajena.
Pero,
a lo que estaba: lo de los políticos.
Dicho
tengo que de política no entiendo, pero sí que me regodea y me fascina esa
nueva generación de políticos sin disfraces ni fanfarrias. Ellos son los que,
antes de echarse al monte de las urnas, se buscan en las aulas una digna manera
de vivir, y hacen sus carreras a fuerza de codos, y saben que el disfraz no
esconde lo que hay debajo, como ninguna alfombra puede tapar el pestazo de la
mugre del maldecir, y airean las estancias para ahuyentar tiempos apolillados.
Ellos, en lugar de apedrearse a
palabrazo limpio, como zoquetes parlanchines, han aprendido maneras en el decir,
erudición en lo de renegar, y oportunidad en el atavío. Como los toros de raza,
nunca embisten al cuerpo marrajamente, sino que entran a la lidia del capote. Nunca
adjetivan posesivamente llamando “al lado mío”, sino que adverbializan el lugar
donde están: “a mi lado”. Como nunca se pondrían un abrigo de visón para ir a
la playa en agosto -por mucho empaque que le encuentren a los despellejes de los
visones-; ni acudirían en bañador a una recepción de embajadores -por muy buen
tipo que tengan en bañador o por mucho bulto del que quieran alardear-.
Ellos
(quitados unos cuantos que todavía se alborotan a grito pelado) saben estar.
Pero,
sobre todo, ellos (quitados unos cuantos que disimulan su bizquera extremosa a
babor y a estribor) saben ser.
Como
le decía ayer mismo a un amiguillo de los de saber estar y ser: “Voy a ver si
acierto en lo de votar (en botar, también), dándole (y quitándole) mi voto a
quienes de verdad saben”.
−Y,
según tú, ¿dónde están los que de verdad saben? -me demandó mi amiguillo, que
pregunta más que un mayéutico sentado en un pupitre de los de Sócrates.
La
pregunta tenía miga (de pan hecho con masa madre). Mi réplica la dejo por
escrito antes de tomar el avión:
−Quien
sabe de verdad, siempre duda -le respondí, recordando a un joven, cultivado y
divinamente vestido alcalde, que tiene mi pueblo hecho un primor, sobre todo
por los andurriales por los que la gente suele ir de trapillo, sin tener él que
andar disfrazándose de alcalde, ni ponerse a sentar cátedra escorada a estribor
cuando habla, a pesar de haber alcanzado más que un grado de sabiduría en esa
banda del barco.
Buenos
maestro tuvo, sí señor. Otro día hablaremos de ellos cuando vuelva. Si es que
vuelvo.
En CasaChina. en un 22 de abril de 2019